Las conmemoraciones alrededor del 20º aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001 han permitido comprobar la existencia de dos narraciones totalmente contradictorias. Una de ellas se repite sin descanso en la prensa escrita y audiovisual y la otra, diferente, puede verse en la prensa digital. Según la prensa escrita y audiovisual, al-Qaeda había declarado la guerra a Occidente y urdió un crimen espectacular. Pero en la prensa digital se denuncia que aquellos atentados sirvieron para ocultar un golpe de Estado interno en Estados Unidos.
Sin embargo, toda discusión entre los defensores de cada una de esas dos versiones resulta imposible porque una de las partes –los partidarios de la versión oficial– se niega a aceptar el debate. Los defensores de la versión oficial clasifican a todo aquel que la cuestione como «complotista», «conspiracionista» o «conspiranoico». Según ellos, quienes contradicen la versión oficial son, en el mejor de los casos, simplemente imbéciles, y en el peor, gente malintencionada, cómplices –voluntarios o no– de los terroristas.
Esa forma de desacreditar el desacuerdo se extiende ahora a todo acontecimiento político de importancia. Con ello, la visión del mundo que tiene cada uno de esos bandos se distancia cada vez más de la otra.
¿Cómo ha podido surgir una fractura tan grande entre conciudadanos en sociedades que dicen aspirar a la democracia? Esa pregunta resulta especialmente importante en la medida en que la reacción ante esa fractura –ni siquiera es la fractura en sí– hace imposible la práctica democrática.
UNA CONCEPCIÓN ESTRECHA DEL PERIODISMO
Hoy nos dicen que el papel del periodista es reportar fielmente lo que ha visto. Sin embargo, cuando un medio de prensa local nos interroga sobre algún tema que conocemos y luego vemos como tratan ese tema, lo que generalmente sentimos es decepción. Tenemos la impresión de no haber sido comprendidos. Hay quienes se consuelan diciéndose que tuvieron la mala suerte de tropezar con un pésimo periodista y así alimentan su propia confianza en los medios masivos de difusión. Otros, al ver como se deforman las cosas en el tratamiento de temas menores, se preguntan cuán grande puede ser esa deformación cuando se trata de temas realmente complejos.