LA SOLEDAD DE LA ERMITA

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Corren malos tiempos para el Patrimonio Histórico de Colmenar Viejo. Buenos, lo que se dice buenos, no los ha habido nunca, pero mejores sí: y con ellos rememoro momentos ya pasados, cuando algunos bienes fueron puestos en valor, como la Fuente del Moralejo o el molino batán cercano al Puente Medieval, por ejemplo, aunque poco tiempo después, y ante la falta de mantenimiento, volvieran a presentar un triste aspecto. Y así, en la actualidad, vemos cómo elementos patrimoniales de gran valor histórico sufren por la falta de atención continuada que estos bienes requieren. 

Tal es el caso, entre otros, de todo el Complejo del Arroyo del Espino o Pozanco, configurado en su día como zona de paseo y disfrute, y hoy prácticamente intransitable debido a su mal estado de conservación y abandono, y de la basílica de la Asunción de Nuestra Señora, nuestro buque insignia, que necesita reparaciones urgentes en su torre. El Complejo del Arroyo del Espino merece una atención especial: aquí destacan importantes elementos patrimoniales como la Fuente del Moralejo, como el puente construido por la Compañía Madrileña de Urbanización -que con Arturo Soria a la cabeza trajo una celeridad en el transporte de mercancías y personas hasta entonces desconocida en la localidad (Colmenarejo García, F.; Fernández Suárez, R., 2021:63-75)- y como el Conjunto del Tejar, cuyo deterioro actual conlleva el riesgo de desplome de algunas de sus construcciones. La Ermita de La Soledad, lamentablemente, se une ahora a esta lista de bienes patrimoniales dañados en Colmenar Viejo. 

Es importante destacar que la ermita aparece en el Catálogo de Bienes Protegidos del Ayuntamiento de Colmenar Viejo (Nº de catálogo 14/19) con el máximo grado de protección individualizada, es decir, con Grado de Protección Integral I. Dicho grado de protección se aplica, según consta en el Plan General de Ordenación Urbana de Colmenar Viejo, a los edificios, construcciones y elementos de excepcional valor arquitectónico y significación cultural o ciudadana. No podría ser de otra manera, ya que la Ermita de La Soledad mantiene desde hace siglos una importante relación devocional con la población durante la Semana Santa, mencionándose ya en la respuesta número cuarenta de las Relaciones Histórico-Geográficas-Estadísticas de Colmenar Viejo, fechadas en 1580 (Colmenarejo García, F.; Fernández Suárez, R., 1989:31; Asenjo Sanz, F. et al. 1996:161). 

El deterioro que sufre la ermita es antrópico y singular dentro de este tipo de daños: sorprendentemente, desde hace meses (las primeras noticias que yo tuve al respecto son de diciembre de 2022) una persona ha elegido el pórtico de la entrada para vivir y pernoctar allí, con todo lo que ello conlleva. Podría ocurrir -de hecho ocurre- que alguien no tuviera más remedio que dormir en la calle ante la falta de alternativas, pero no es el caso, pues Colmenar Viejo cuenta con la infraestructura necesaria para que nadie se quede sin techo (y seguramente se han ofrecido soluciones aunque, también seguramente, no hayan llegado a buen término). 

Sea como fuere, el hecho es que nos encontramos ante una situación sin resolver por parte de nuestras instituciones en la que, aunque se hayan tomado iniciativas, no se ha hecho nada productivo; y digo esto, que no se ha hecho nada productivo, porque en la situación resultante, la actual, y a todas luces, todos pierden. Y me explico: en primer lugar, pierde quien allí pernocta porque dormir en la calle atenta contra la dignidad de las personas, y no está bien consentirlo. En segundo lugar, pierden los vecinos porque este hecho atenta contra la salud pública y la buena convivencia. No olvidemos que, además, en el entorno de la ermita hay un parque infantil y una residencia de la tercera edad, y es un lugar de paso obligado hacia zonas deportivas y comerciales. Entre los vecinos que más están perdiendo se encuentran los miembros de la Hermandad de La Soledad, quienes ven impotentes cómo la ermita se deteriora día tras día y, aunque han denunciado como corresponde la situación, no pueden hacer más que limpiar y arreglar los destrozos ocasionados. Sin ir más lejos, el pasado Jueves Santo, víspera de la subida de Nuestra Señora de La Soledad hacia la basílica (ver Colmenarejo García, F.; Fernández Suárez, R., 1989: 102), los hermanos tuvieron que retirar una gran cantidad de basura vertida en la misma puerta de la ermita, perplejos ante la desidia de quien debiera solucionar el problema. En tercer lugar, pierde el Patrimonio, por cuya dignidad también hay que velar. Paradójicamente, la Ermita de La Soledad es uno de los catorce sitios de interés recomendados por el Ayuntamiento en su Plano Turístico. Cabría preguntarse qué habrán pensado los visitantes de nuestra villa al ver que alguien está viviendo bajo el pórtico de una de sus principales ermitas. 

La decisión que nuestras instituciones debieran tomar al respecto no es compleja, pero requiere adoptar una postura determinada y quizás incómoda para una Sociedad en la que la responsabilidad moral está cada vez más ausente y a la que no parece interesar lo que no es útil, aparentemente, ni lucrativo. 

Es curioso -y sorprendente- mirar hacia el pasado y ver que algunas de nuestras ermitas, entre ellas la de La Soledad, se erigieron en espacios regidos por los concejos, como los ejidos y las dehesas (Fernández Suárez, R.; Colmenarejo García, F., 1998). Entonces, el concejo velaba por el bien común y defendía los intereses de la comunidad, ya que el ejido, con su ermita para reforzar su significado, era explotado por los vecinos con la tranquilidad y seguridad de estar protegidos frente a usurpaciones foráneas por el propio concejo. Si la defensa de los intereses comunes es fundamental para poder entender la construcción de las ermitas, es descorazonador ver la ausencia de tales principios en la actualidad. 

Debemos exigir a nuestros gobernantes, a aquellos a quienes hemos otorgado libremente la gestión de nuestros asuntos, que defiendan y protejan a las personas y a nuestro patrimonio. No es ni broma ni un asunto menor: nuestro patrimonio es un contenedor de memoria colectiva, un documento presente en nuestras ciudades que nos permite rastrear e indagar nuestro pasado, saber cómo fuimos y lo que fuimos e intuir, también deducir, cómo somos para poder pensar en lo que seremos. 

La Ermita de La Soledad no está sola, ya que la cuidan y la defienden sus hermanos, pero tristemente -y habría que valorar la posible ausencia de responsabilidad moral institucional en ello-, se ha convertido en un emblema del deterioro patrimonial local. 

ermita soledad

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