Martes, 05 Mayo 2020 20:32

HISTORIA DE LAS IMÁGENES RELIGIOSAS, 2

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La continuación del artículo anterior dice: Epifanio de Salamis no se contentó con sólo esa reacción hacia las imágenes, sino que además escribió un panfleto contra los fabricantes de imágenes e, incluso, escribió una carta al emperador; la Patrología lo cuenta así: “El autor califica de idolatría la fabricación de imágenes de Cristo, de la Madre de Dios, de los mártires, ángeles y profetas. […].

La costumbre está prohibida lo mismo en el Antiguo que en el Nuevo Testamento, pues en ambos está escrito: ‘Adorarás al Señor tu Dios y a El solo servirás’. El precedente panfleto no tuvo el éxito que esperaba. Por eso Epifanio creyó necesario escribir una carta al emperador Teodosio I, donde se queja de sus inútiles esfuerzos por impedir la fabricación de imágenes. La gente se burlaba de él, y aun los mismos obispos compañeros suyos se negaban a escucharle. […].” Pero él dice: “Ninguno de los Padres o de los obispos anteriores deshonró jamás a Cristo teniendo una imagen suya en la iglesia o en una casa privada.” (Johannes Quasten: Patrología, BAC, 4ª edición, tomo II, pp. 435-436). En esa misma época, vivió el obispo Severiano de Gabala (m 408); de él se cuenta esto: “Acusa especialmente a los cristianos convertidos del paganismo por sustituir con ángeles a los dioses paganos que adoraban antes y por considerar a aquéllos como mediadores entre Dios y la creación. Contra estas tendencias afirma él con énfasis que no hay más que un solo Mediador, Cristo.” (Íd., p. 542); que es lo que dice la Biblia en 1 Timoteo 2:5.

A medida que pasaba el tiempo, el asunto de las imágenes se iba enconando hasta que los católicos se dividieron en dos grupos: los “iconoclastas” (enemigos de las imágenes) y los “iconolatras” (partidarios de las imágenes); por fin, intervino el emperador bizantino León III; éste es el relato: “En el año 730, y formando parte de sus medidas de reforma, el emperador León III prohibía el culto de las imágenes. Empezaba entonces un período de agitación religiosa que duraría más de un siglo y que es conocido en la Historia como la controversia de las imágenes. […].

El ejército, fiel a León III en todo momento, se erigió en campeón de los iconoclastas. La soldadesca destruyó toda suerte de esculturas y cuadros, y vejó en múltiples ocasiones a los frailes. […]. Hubo una feroz represalia, siendo ejecutados muchos de los iconolatras. Los ánimos del pueblo se exacerbaron al derribar los iconoclastas una gran imagen de Cristo que presidía la puerta de bronce del Palacio Imperial. Pero el ejército actuó con mano fuerte y rápida. El patriarca Germán fue depuesto y sustituido por el iconoclasta Atanasio. Se castigó severamente a los idólatras, y los iconoclastas vieron el triunfo, por lo menos oficial, de sus ideas a lo largo del reinado de León III.

El obispo de Roma, Gregorio III (731-741) se opuso a las ideas del Emperador. Convocó un concilio romano en 731 que excomulgó a los iconoclastas. El Emperador por toda respuesta arrebató los obispados griegos en la Italia meridional y Sicilia de la superintendencia del papa, trasladándola a la del patriarca de Constantinopla. Mientras tanto en Roma, el papa ordenaba la multiplicación de las imágenes en los templos, construyendo también una capilla especial para la veneración de reliquias ‘sagradas’.” (Javier Gonzaga: Concilios, tomo I, pp. 236-242). Con el emperador siguiente, el asunto de las imágenes se agravó aún más: “A León III sucedió su hijo Constantino V (741-775) que superó a su padre en celo iconoclasta. El año 754 convocó un concilio en Hiereia, en el Bósforo, al que asistieron más de trescientos obispos y en el que se condenó el culto de las imágenes.

Los iconoclastas expusieron sus argumentos basados en las Escrituras, la tradición patrística y denunciaron la tendencia arriana o nestoriana que implicaba representar solamente la naturaleza humana de Jesucristo, dada la imposibilidad de captar la imagen divina en un icono. Se anatematizó la idolatría declarando que los únicos símbolos del culto cristiano se hallaban en el pan y el vino de la cena del Señor. Se prohibió el uso tanto privado como público de iconos y se excomulgó a los iconolatras, incluyendo a los fabricantes de imágenes. […]. Los monasterios y las iglesias del imperio fueron despojados de imágenes y representaciones de todas clases. Se hizo uso de la violencia para obligar a particulares y eclesiásticos, mayormente a los monjes, a que hicieran entrega de sus ídolos favoritos. Hubo encarcelamientos, destierros y ejecuciones.” (Íd., pp. 242-243). El emperador que vino después, fue tolerante con la existencia de las imágenes: “El hijo de Constantino V, León IV (775-780), más tolerante, si bien no derogó ninguna de las leyes iconoclastas fue más condescendiente con los idólatras a los que permitió volver a los monasterios y tener sus imágenes fuera de Constantinopla.

La tolerancia del emperador era debida, seguramente, a la influencia de su esposa Irene, partidaria de la veneración de iconos.” (Íd., p. 243). Bajo el emperador Constantino VI, se volvió a restaurar el culto de las imágenes; éste es el relato: “A León IV sucedió su hijo Constantino VI (780-787), menor de edad, con lo que el gobierno pasó de hecho a su madre como regente. […]. Una de las primeras medidas del gobierno de Irene fue destituir al patriarca de Constantinopla y poner en su lugar a un oficial civil, Tarasio, ordenado sacerdote con las prisas que las circunstancias imponían. El nuevo patriarca y la nueva Emperatriz regente estaban resueltos a restaurar el culto de las imágenes en el imperio. Con este fin convocaron un concilio en Constantinopla el año 786. Pero la guardia imperial, fiel a la memoria y a los decretos de los últimos Emperadores, disolvió la asamblea reunida en la iglesia de los Apóstoles.

Irene, sin embargo, logró, finalmente, sus propósitos. Después de depurar al ejército, inauguró el 24 de septiembre del año 787 un concilio en Nicea, bajo la presidencia de Tarasio. El papa Adriano I (772-795) envió representantes. […]. Los iconoclastas no pudieron tener representación. Anular las decisiones del sínodo de Hiereia y condenar los decretos iconoclastas era el objetivo claro del concilio segundo de Nicea. […]. Se estableció la sutil distinción entre el culto de la tría y el de dulía, aquel tributado a Dios y éste a los santos. También se determinó lo que los varones conciliares llamaron culto terminativo y culto relativo, entendiendo por culto terminativo o absoluto el que se da a la persona, bien de una manera inmediata, bien por medio de la veneración de sus reliquias.

El culto relativo es el que se da a las imágenes, pero que no termina en ellas sino que en la intención se ordena a la persona representada por el icono. El concilio decretó: ‘… Siguiendo la enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres, y la tradición de la Iglesia Católica – pues reconocemos que ella pertenece al Espíritu Santo, que en ella habita -, definimos con toda exactitud y cuidado que de modo semejante a la imagen de la preciosa y vivificante cruz han de exponerse las sagradas y santas imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico y de otra materia conveniente, en las santas iglesias de Dios, en los sagrados vasos y ornamentos, en las paredes y cuadros, en las casas y caminos, las de nuestro Señor y Dios y Salvador Jesucristo, de la Inmaculada Señora nuestra la santa Madre de Dios, de los preciosos ángeles y de todos los varones santos y venerables.

Porque cuanto con más frecuencia son contemplados por medio de su representación en la imagen, tanto más se mueven los que éstas miran al recuerdo y deseo de los originales y a tributarles el saludo y la adoración de honor, no ciertamente la tría verdadera que según nuestra fe sólo conviene a la naturaleza divina; sino que como se hace con la figura de la preciosa y vivificante cruz, con los evangelios y con los demás objetos sagrados del culto, se las honre con la ofrenda de incienso y de luces, como fue piadosa costumbre de los antiguos. ‘Porque el honor de la imagen se dirige al original’, y el que adora una imagen, adora a la persona en ella representada’.” (Íd., pp. 243, 245).

No todo el mundo religioso de occidente estuvo de acuerdo con las decisiones del II Concilio de Nicea en lo que se refiere a las imágenes: “Carlo-Magno opuso al concilio de Nicea un escrito teológico, ‘Libri carolini’, y convocó un anti-concilio en Frankfurt (794) al que asistieron trescientos obispos occidentales. El obispo de Roma envió dos representantes. En Frankfurt se rechazaron las decisiones de Nicea como heréticas, y por consiguiente, sin valor ecuménico. […]. El concilio pidió al papa que excomulgase a los padres de Nicea, pero como es natural no fueron atendidos sus deseos, toda vez que el obispo de Roma era uno de los partidarios de las decisiones nicenas. […]. En el mismo norte de Italia, en Turín, se levantó una poderosa voz de protesta, del (obispo) español Claudio. (Continuará).

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Este artículo fue publicado el 08-05-2007 en el Boletín Tricantino, Tres Cantos (Madrid).

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