Nunca debí dejar escapar a la rosa que el Principito
me regaló con todo su amor.
Fue el tiempo que pasó con su rosa
lo que la hizo tan importante.
Pero ya es tarde,
todo se me escapa de las manos.
Mi vida figura en una partitura pellizcada
por el dolor de un solo de piano.
Menos de ciento cuarenta y cuatro horas quedan
para serenar una despedida.
Para hacerme a ella o que ella se haga conmigo.
Para almacenar todo aquello que hizo
que se me erizara la piel.
Para retenerlo en la memoria sin que se marche.
Porque solo ayer,
renació bajo mis ojos,
un caudal de lluvia entre este invierno sin hojas.