Los indígenas guaicuru, del Mato Grosso del Sur, se preguntaban el por qué de la imperfección y del alto significado de la libertad. Tardaron mucho tiempo en llegar a una respuesta. La explicación vino a través del siguiente mito, portador de verdad.
El Gran Espíritu creó todos los seres. Puso gran cuidado en la creación de los humanos. Cada grupo recibió una habilidad especial, para sobrevivir sin mayores dificultades. A unos les dio el arte de cultivar la mandioca y el algodón; así podían alimentarse y vestirse. A otros les dio la habilidad de hacer canoas ligeras y el timbó; de esta forma podían moverse rápidamente y pescar.
Así hizo con todos los grupos humanos en la medida en que se distribuían por el mundo. Pero con los guaicuru no fue así. Cuando quisieron partir hacia las vastas tierras, el Gran Espíritu no les dio ninguna habilidad. Esperaron, suplicando durante mucho tiempo y nada les fue comunicado. Así y todo, decidieron partir. Pronto sintieron muchas dificultades para sobrevivir. Resolvieron buscar intermediarios ante el Gran Espíritu para recibir también una habilidad.
Primero, se dirigieron al viento, soplando y rápido siempre: “Tío viento, tú que soplas por los campos, sacudes los bosques y pasas por encima de las montañas, ven a ayudarnos”. Pero el viento que sacudía las hojas, ni siquiera oyó la petición de los guaicuru. Se volvieron entonces hacia el relámpago, que estremece toda la tierra. “Tío relámpago, tú que tanto te pareces al Gran Espíritu, ayúdanos”. Pero el relámpago pasó tan rápido, que ni siquiera escuchó su pedido.
Así, los guaicuru rogaron a los árboles más altos, a las cumbres de las montañas, a las aguas corrientes de los ríos, siempre suplicando:”Hermanos nuestros, intercedan por nosotros junto al Gran Espíritu para que no muramos de hambre”. Pero no pasaba nada.
Medio desesperados, vagaron por varios parajes, hasta que pararon debajo del nido del gavilán real. Éste, oyendo sus lamentos, resolvió intervenir y dijo: “Ustedes, guaicuru, están muy equivocados y son unos grandes bobos”. “Como así?”, respondieron todos. “El Gran Espíritu se olvidó de nosotros. Tú eres feliz, recibiste el don de una mirada penetrante, puedes percibir un ratón en la boca de la cueva y cazarlo...”.
“Ustedes no han entendido nada de la lección del Gran Espíritu”, respondió el gavilán real. “La habilidad que él les dio está por encima de todas las otras. El les dio la libertad. Con ella, ustedes pueden hacer lo que crean oportuno”.
Los guaicuru se quedaron perplejos, y llenos de curiosidad. Pidieron al gavilán real que les explicase mejor esa curiosa habilidad. Lleno de garbo, el gavilán les habló así: “Ustedes pueden cazar, pescar, construir malocas, hacer bellas flechas, pintar sus cuerpos y sus vasijas, viajar a otros lugares y hasta decidir lo que ustedes quieren de bueno para ustedes y para la propia naturaleza”.
Los guaicuru se llenaron de alegría y se decían unos a otros: “Qué tontos hemos sido, pues nunca discutimos juntos la ventaja de ser imperfectos. El Gran Espíritu no se olvidó de nosotros. Nos dio la mejor habilidad, la de no estar sujetos a nada, sino la de poder inventar cosas nuevas, sabiendo las ventajas de nuestra imperfección.
El cacique guaicuru preguntó al gavilán: “¿Puedo experimentar la libertad?” “Puedes”. El cacique tomó una flecha y derribó de lo alto del jaquero una gran fruta de jaca o yaca, deliciosa para todos.
Desde aquel momento, los guaicuru, ejercieron su libertad. Se volvieron grandes caballeros y nunca pudieron ser sometidos por ningún otro pueblo. La libertad les inspiraba nuevas formas de defenderse y de garantizar mejor la habilidad que les había dado el Gran Espíritu.
Los mitos nos inspiran grandes lecciones, especialmente en los días actuales, cuando fuerzas poderosas, nacionales e internacionales, nos quieren someter, limitar y hasta quitarnos nuestra libertad. Debemos ser como los guaicuru: saber defender el mayor don que tenemos, la libertad. Debemos resistir, indignarnos y rebelarnos. Sólo así haremos nuestro propio camino como nación soberana y altiva. Jamás aceptaremos que nos impongan el miedo ni que nos roben la libertad.
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