Un curso académico se puede repetir, una vida es irrepetible.
No conozco a la profesora de Instituto Ana que escribió la carta «Derechos y Privilegios de los enseñantes de Educación» pero pidió que «se difundiera para mostrar a la sociedad lo que hacen, un trabajo de todos ellos digno y bien difícil.
Según el Diccionario de uso del español de María Moliner: Privilegio es la excepción de una obligación, o posibilidad de hacer o tener algo que a los demás les está prohibido o vedado, que tiene una persona por una circunstancia propia o por concesión de un superior. Por el contrario, Derecho es la circunstancia de poder exigir una cosa porque es justa.
Soy funcionaria, me dedico a la docencia y trabajo en un instituto de educación secundaria, en este país. Y no, yo no tengo privilegios.
El sueldo que cobro es un derecho que me gano honradamente con mi trabajo. Está regulado por un convenio en el que participan y firman todas las partes interesadas. Es transparente, cualquier ciudadano puede saber lo que cobro.
Hacienda conoce perfectamente mis ingresos, en mi declaración no cabe el fraude ni la picaresca. Mis ahorros, pocos, están en entidades bancarias completamente controladas por el Estado, y no en paraísos fiscales. Me levanto todas las mañanas a las seis y media para ir a trabajar. Cuando regreso estoy cansada, porque, aunque no lo parezca, este oficio es agotador. Diariamente doy cuenta de mi trabajo primero a mis alumnos y por supuesto a sus padres, luego a mi director y si es preciso al inspector de mi zona, porque yo sí tengo jefes.
– Obtuve mi puesto de trabajo aprobando una oposición, que por si alguien no lo sabe, es una prueba muy dura, sin «enchufismo» de ninguna clase. Si tengo que ir a trabajar en coche, el vehículo es propio y pago la gasolina, yo no tengo coche oficial ni chófer.
– Si he de quedarme a comer, me pago la comida, yo no cobro dietas. El café y el almuerzo corren por mi cuenta, y hasta los bolígrafos rojos que gasto para corregir los ejercicios de mis alumnos, los compro con mi dinero. Los libros de texto y de lectura que necesito para trabajar, de momento, nos los ceden gratuitamente las editoriales, tampoco les cuestan un euro a la Administración.
No, yo no tengo privilegios. Alguien podría pensar que disfruto de un mes de vacaciones más que el resto de mortales, porque los alumnos están de vacaciones. Pero mi trabajo no sólo se desarrolla en las horas que imparto mi materia, cada hora de clase hay que prepararla para el grupo en cuestión, sobre unas programaciones que elaboramos previamente, y nada de eso se hace en el aula; después queda la revisión y el análisis y la tarea de corregir el trabajo de cada alumno; durante el curso escolar trabajo prácticamente todos los domingos, y cuando no trabajo en domingo es porque lo he hecho en sábado. Si cuentan todos estos días, verán que suman más de 31, que son los que tiene el mes de julio, en que, por cierto, los más de nosotros los dedicamos a formación y preparación de materiales para el nuevo curso.
– Cuando llevo a mis alumnos de excursión o de viaje, les dedico las 24 horas, dejando a mis hijos y a mi familia. No, yo no tengo privilegios. Y sin embargo me siento privilegiada. Sí, me siento privilegiada porque considero que mi trabajo es muy importante y valioso y realizo un servicio social.
– Me siento privilegiada cuando veo crecer y madurar a mis alumnos, los veo superar sus dificultades y aprender, y yo estoy ahí ayudándoles, aunque solo sea un poquito.
– Me siento privilegiada cuando mis alumnos me saludan por la calle, casi siempre con una sonrisa y cuando hablo con sus padres con la cordialidad propia de quienes comparten objetivos.
– Me siento privilegiada cuando encuentro a antiguos alumnos y me hablan de sus vidas, de sus éxitos y sus proyectos.
– Y sobre todo me siento privilegiada porque trabajo rodeada de extraordinarios profesionales que se dejan la piel día a día para llevar a buen puerto esta nave que la Administración se empeña en hacer zozobrar.
Si estos son mis privilegios, pero puedo asegurarles que no le cuestan ni un euro al contribuyente. Con todo, no crean que quiero ponerme medallas, nada más lejos. En el fondo me siento como el siervo inútil del Evangelio, al fin y al cabo, solo cumplo con mis obligaciones.
Pero es importante no confundir derechos con privilegios.
Los recortes en Sanidad y Educación, son recortes en derechos y no en privilegios. Que no os confundan. No veáis enemigos donde hay amigos, ni verdugos donde hay víctimas como vosotros. Confundir es un arma del poder para camuflar al verdadero culpable. Con todo lo que está cayendo sobre los docentes, lo que más me duele no es la pérdida de poder adquisitivo, sino el menoscabo moral al que se nos está sometiendo.
– Solo pido a la sociedad, respeto.
– A los políticos, honestidad, porque muchos han olvidado el significado de esa palabra, si es que lo conocieron alguna vez. También les pido valentía, porque pisotear al débil es de cobardes. Los culpables de esta crisis son mucho más poderosos que nosotros y sí tienen privilegios, que lo paguen ellos.
Les gustaría hacer retroceder a los educadores aún más, casi al nivel de 1923, ver contrato http://www.uv.es/~dones/Jackie/personas/maestras1923.htm
José Enrique Centén Martín
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