Daniel López Acuña, experto en emergencias sanitarias, vaticina un desastre para África y América Latina y lamenta que Occidente no extrajera lecciones de las epidemias previas en los países asiáticos.
Daniel López Acuña (México, 1954) sabe mucho de emergencias sanitarias. Médico cirujano y doctor en Salud Pública, ha trabajado a lo largo de su carrera en la OPS (Organización Panamericana de la Salud / Oficina Regional de la OMS para las Américas) de 1986 a 2005 y en la sede central de la Organización Mundial de la Salud en Ginebra de 2005 a 2014, institución en la que ejerció como director de Acción sanitaria en situaciones de crisis entre 2006 y 2011, encargándose de la gestión de la respuesta a desastres, conflictos y crisis epidémicas. Actualmente es consultor independiente en salud pública y gestión sanitaria y profesor asociado de la Escuela Andaluza de Salud Pública.
En esta entrevista realizada por videoconferencia, Acuña lamenta la retirada de financiación a la OMS anunciada por Trump, una postura que califica de “criminal”, vaticina un desastre en ciernes para África y América Latina y el freno de la cooperación internacional, y lamenta que Occidente no extrajera lecciones de las epidemias previas que sí llevaron a los países asiáticos a abastecerse y preparar planes de contingencia. El experto también considera que el cambio climático y los hábitos consumistas potencian este tipo de pandemias, de forma que la especie humana puede considerarse parcialmente responsable de la aparición de nuevas patologías mortíferas como la COVID-19.
Sorprende la disparidad de cifras de contagios y muertes entre países con sistemas políticos y sanitarios parecidos y que han adoptado medidas similares como el confinamiento estricto. ¿Cómo se explica?
Se debe a varios motivos, pero hay que esperar y observar porque países como Reino Unido o Francia están evolucionando y no tendrán una situación distinta a la de Italia y España. Francia y Reino Unido padecen una seria saturación de su estructura sanitaria por afectación de las residencias geriátricas y por niveles de muertes y contagios muy altos. Pero más allá de eso, hay varios factores. Uno es la estructura demográfica. Italia o España son países envejecidos en comparación con China o Corea del Sur, los países con mayor esperanza de vida del mundo occidental. Tiene importancia porque el Covid-19 afecta mayoritariamente a personas mayores: la tasa de letalidad por edad se dispara a partir de los 75 años. Independientemente del sistema sanitario, una estructura demográfica así va a resultar más golpeada que otra más joven.
Otro factor es el sociológico, relacionado con la forma de vida. España e Italia son sociedades muy próximas, con mucho contacto interpersonal como besos y abrazos, a diferencia del norte de Europa (no lo es Escandinavia, por ejemplo) y tiene muchos hogares donde conviven tres generaciones, abuelos, hijos y nietos, lo que genera mayor espacio de contacto y contagio. Creo que parte de los contagios explosivos en España e Italia se debe a eso. En España, el 30% de los menores de 30 años vive con sus padres o abuelos; en Alemania o en países nórdicos la cifra desciende al 10%. La estructura social es distinta, y eso se combina con la demográfica.
Un factor que no se ha resaltado lo suficiente es el trasiego turístico y comercial de China a los países europeos más afectados, la globalización de los desplazamientos humanos: el gran volumen primario de turismo es chino. Lo que antes fue turismo norteamericano o europeo es hoy chino. En las fases iniciales en los que no hubo restricciones, hubo un trasiego importante que determinó su implantación, particularmente en Italia. Ese trasiego de viajeros determina esta fase explosiva. Y sumando todos estos factores se generan vulnerabilidades mayores o menores, dependiendo del país, en un grupo de edad. Y por supuesto cuentan también los asentamientos humanos y la densidad de población: las zonas más afectadas son las más pobladas, con más transporte público, como ocurre en Nueva York o Londres.
Algo muy revelador es mirar el mapa del tráfico aéreo en Europa: la humanidad actual no es la de los años 50 o 60, donde la gente se pensaba mucho más viajar y no había el tráfico aéreo actual. Viajamos demasiado, y eso también cuenta en la emergencia de una pandemia casi más que el sistema sanitario, que se encarga del control y de la gestión de la enfermedad en términos de asistencia hospitalaria una vez que existe el problema. Tampoco se debe menospreciar el impacto del patrón cultural de personas muy mayores viviendo en residencias geriátricas, en lugares estrechos, donde conviven: en una pandemia de esta naturaleza eso es pólvora que alimenta el incendio.
Algo que vamos a ver, a menos que el virus reduzca su patogenicidad por razones climáticas, aunque no sabemos si ocurrirá, es el impacto en sociedades y estructuras sanitarias precarias como África o América Latina, donde ni el tejido social ni el sistema sanitario están capacitados para contener la pandemia.
¿Cómo se explica el escaso impacto en el Sureste asiático, uno de los primeros destinos de la población china en el Año Nuevo Lunar –muchos consiguieron salir del país– y también un destino laboral de una enorme comunidad china? Tailandia, con 67 millones, apenas admite tener 1.600 contagiados y el primer contagio se produjo el 13 de enero, ¿cómo es posible que un país con condiciones higiénicas dudosas, centro de transporte internacional, no haya experimentado un pico más alto?
Tiendo a creer que es la temperatura, al menos como factor inicial. Hubo diseminación de población china a Singapur, Hong Kong, Bangkok y Corea del Sur, pero fue curioso que impactara mucho más en este último país en lugar de Tailandia. También me intriga por qué tiene tan poco impacto sanitario en Grecia, donde no hay mucha diferencia en temperaturas respecto al resto de Europa. O por qué Murcia o Andalucía están notablemente menos afectadas aunque también ocurre en Galicia o Asturias, y eso podría tener que ver con el patrón de las densidades de población. Creo que podría ser una combinación de humedad y calor, o incluso que influya más la humedad, pero es un tema que aún no entendemos. Ayer (por el martes) surgió un informe que indicaba que podría haber una asociación estrecha, pero aún no está documentada.
Por supuesto que este virus tiene un comportamiento que no podíamos conocer, que ahora estamos empezando a comprender, porque desde el punto de vista médico es nuevo: no es otro virus que causa el mismo tipo de neumonía. Son neumonías atípicas con una patología especial. Hay informes que plantean que quizás sea un virus que afecta más a la capacidad de oxigenación de los glóbulos rojos y, como consecuencia, determina una reducción de la saturación de oxígeno en los tejidos en lugar de un problema primariamente respiratorio. Pero aún se está investigando, y en medio hay una diseminación salvaje de la transmisión.
En las primeras semanas, hubo un intento de desdramatizar la virulencia del virus, a la que se atribuía muy poca mortandad aunque unas ingentes tasas de contagio ¿Fue una postura equivocada? ¿Si se hubiera alarmado, se habría estado mejor preparado?
No es un tema sencillo. Es una espada de doble filo: una alarma excesiva siembra el pánico social y eso no necesariamente ayuda a las labores de preparación. Hay dos grandes factores que nos han tomado por sorpresa. Uno de ellos es la altísima capacidad de infección, muy mayor a la de otros virus, y con un índice de contagios vertiginoso. El director general de la OMS lo planteó de forma interesante. Llevó 67 días llegar a los 100.000 casos; 11 días llegar a los 200.000 y cuatro días alcanzar los 300.000. Hoy estamos en dos millones de contagios registrados. Esta virulencia es lo que desconcierta a todos, porque no lo habíamos visto antes.
El segundo factor, que a mi modo de ver ha sido uno de los detonantes de la dificultad de las medidas de contención más efectivas, ha sido la gran proporción de casos asintomáticos que transmiten la enfermedad. De 100 infectados, 90 posiblemente no tengan síntomas y es muy difícil identificarlos y aislarlos, pero siguen contagiados. Eso es lo que nos provoca un fenómeno tan explosivo y tan diferente a otras epidemias. En un episodio de Ébola, quien transmite es quien tiene la enfermedad clínica, y aislándoles y tratándoles –-porque existe tratamiento– se puede interrumpir la transmisión y mejorar el curso de la epidemia. En este caso, hemos tenido durante un mes y medio en Europa masas de población asintomática infectada contagiando a otras personas. Por eso no es de sorprender que a todos, desde científicos o autoridades o la propia población, nos haya tomado por sorpresa, de ahí la calma y la ausencia de histeria colectiva.
Hay un momento en el que, y en España se hizo muy pronto, no hay más remedio que reducir el contacto, restringir la actividad social, establecer límites en el ámbito laboral, e imponer el confinamiento porque son la clave del éxito para reducir los contagios. Y la mayoría de la población ha cumplido con gran celo en Europa. Eso, a pesar de que respecto a Asia, hay un cambio de patrón de comportamiento entre Oriente y Occidente. Las sociedades confucionistas tienen mayor capacidad de aplicar disciplina y aguantar disposiciones colectivas o gubernamentales. Veremos las dificultades que habrá en África y América Latina con un confinamiento en situaciones precarias, en ciudades perdidas, en favelas, en aldeas… En Europa hay una estructura de empleo muy ligada a las empresas, pero en América Latina o África el empleo informal es enorme, y la supervivencia depende de salir a la calle, del microcomercio, del comercio ambulante. Pensar en interrumpir todo eso es interrumpir el flujo de ingresos en países sin mecanismos de protección social, donde además no hay medidas de regulación económica.
En España se han tomado muchísimas medidas: países menos afectados como Suecia han hecho ERE con despidos definitivos y masivos al día siguiente, sin estar tan afectados como España. Ha habido un intento de amortiguar la situación aunque seguramente solo estemos a la mitad del camino. Y ojalá se vaya hacia la renta social básica para proteger a las personas.